¿Ayudar a los sirios cuando hay tantos mexicanos que necesitan ayuda?
*Publicado originalmente el 13 de septiembre de 2015
A veces hay oportunidades que se presentan de forma inesperada; situaciones que nos abren horizontes desconocidos. Y no por lo inesperado o lo desconocido, debemos dejarlas pasar. El problema de los refugiados provenientes de Siria y de Irak es una oportunidad para México.
(Photo by Jeff J Mitchell/Getty Images):
Nuestro país necesita desarrollarse más en materia de educación, salud, economía y promover un desarrollo sustentable para sus habitantes. Establecer una cultura de respeto a las instituciones y de vigencia del estado de derecho. Ni qué decir del combate a la corrupción. Y para ello debe jugar no sólo sus cartas en una economía interna, sino en una economía externa, global, de la cual ya no puede sustraerse. Es tal el entrelazamiento global de nuestras actividades económicas que el intercambio económico trae consigo un intercambio cultural y la posibilidad de influir en regiones del globo que antes no resultaban ni siquiera atractivas para las empresas mexicanas.
Dentro de las economías nacionales contemporáneas más fuertes, destacan países que llevan años abiertos a una inmigración que ha resultado un fuerte motor económico así como una red de relaciones humanas y culturales que les han permitido explorar nuevos mercados en los países de origen de las personas que han recibido. También esto ha traído consigo la exportación de parte de sus valores culturales que los conforman como identidad nacional. Así, Estados Unidos, Francia, Alemania y Canadá —por mencionar algunos— han logrado mantener una identidad nacional y un modo de vida además de acrecentar sus horizontes culturales con el recibimiento de una inmigración productiva y que se ha sabido integrar a las costumbres y modo de vida del país receptor. Una inmigración que se desarrolla dentro de un marco de proporcionalidad, integración, respeto y comprensión tanto por parte de los inmigrantes como de los receptores es siempre positiva. Pues se cimienta en el reconocimiento privilegiado de la dignidad humana, de la colaboración y aportar a la riqueza, la paz y el respeto común.
Ante problema de los refugiados por la guerra principalmente en Siria e Irak, no deja de llamarme la atención la recurrente frase en algunos mexicanos «bien educados» que insisten en la idea de que primero ayudemos a los nuestros que a los de afuera. Idea cuyo error queda descubierto explicando que es intelectualmente incorrecto “meter todos los problemas de las personas en el mismo saco”. El problema de la pobreza, la corrupción y la educación en México tiene un origen —y por tanto una naturaleza— muy distintos al problema de los refugiados por razón de una guerra. Es cómo decir que un cáncer es lo mismo que una pulmonía; los dos pueden ser graves y llegar a terminar con la vida de un enfermo; pero su origen —y por tanto su diagnóstico y tratamiento— son muy distintos. Ante enfermedades como estas hay que distinguir tipos de causas, tipos de medicamentos y tipos de terapias para poder acertar con una cura. En un caso algunos procedimientos resultarán oportunos, en otro, fatales.
México a lo largo de su vida como país independiente cuenta con una tradición de acogida a refugiados —por motivos económicos, familiares, conflictos o persecución— muy amplia y que ha resultado positiva para el país. Casos como la inmigración libanesa, judía o española en los últimos tres siglos lo dejan de manifiesto. Y qué decir de los canadienses y norteamericanos que escogen nuestro país como lugar de retiro para pasar sus últimos días de vida. ¿Por qué hemos de hacer la excepción ahora? Es verdad que México ya tiene problemas propios suficientes, pero también es verdad que estos no anulan su capacidad de ayuda en un problema que requiere respuesta inmediata de la comunidad internacional. Una acción que debe ser planeada, estratégica, proporcionada a su capacidad y por tanto oportuna.
Es verdad que existen retos de seguridad y una fuerte diferencia cultural con aquellos perseguidos que pudieran no profesar nuestra misma religión, visión del mundo o liberalismo de costumbres. Es verdad que el fantasma del terrorismo extremista es real, latente, pero ha sido promovido por voces agoreras que sólo cuentan con elementos de juicio del sensacionalismo proveniente de la prensa o las redes sociales sin argumentos precisos, que en este caso son de naturaleza operativa. Las vulnerabilidades, riesgos y amenazas del Estado Mexicano frente al terrorismo, del tipo que sea, siempre han estado ahí, con o sin problemas de inmigración. Tomar los antagonismos a la seguridad nacional como pretexto para no ayudar resulta burdo y ocioso, y pone de manifiesto un desconocimiento de los sistemas de cooperación internacional de rastreo y localización de agentes peligrosos. Además, no es razón suficiente para dejar de ayudar al necesitado que se puede ayudar. Un caso que lo demuestra es como después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 EE.UU. no ha dejado de recibir inmigración —de todo el mundo—. El problema de seguridad no se resuelve con miedos, sino con estrategias y acciones operativas concretas.
La solidaridad es una virtud individual que se manifiesta en forma de tejido social. Una actitud negativa, o peor aún, indiferente a lo que sucede en Siria e Irak, sólo nos aleja de realizarnos como nación; nos margina de nuestro rol en la comunidad internacional. Luego no exijamos que se respeten los derechos de nuestros connacionales en desgracia allende de nuestras fronteras, ni critiquemos posturas xenófobas o antimigrartorias, pues si bien los muros pueden construirse de acero o de hormigón, también pueden construirse con prejuicios y actitudes de rechazo o indiferencia. Ya es tiempo de corregir aquella plegaria que dice: “Hágase la voluntad de Dios, pero en lo bueyes de mi compadre. Amén”.
Somos titulares de derechos pero también sujetos de obligaciones. Existe un principio de responsabilidad compartida en materia migratoria y el conjunto de tratados internacionales en materia de derechos humanos firmados por México nos interpelan de manera muy directa en este caso. Al mismo tiempo no hay que ser ingenuos: el problema es complejo, requerirá de esfuerzo de todos, sociedad civil y gobierno. Esta es la típica situación que nos sacará de una zona de confort para dejar de estar viendo sólo nuestros problemas y tener una perspectiva más amplia y así lograr ubicarnos en el mundo que vivimos, del cual formamos parte y al cual no debemos de renunciar.
Resolvamos los problemas de México, de acuerdo. Uno por el que podemos empezar es ensanchar el corazón, abrir las puertas de nuestra patria a los forasteros necesitados y quizá así, sabremos mostrarla mejor, con su grandeza y su belleza, con su cultura y tradiciones. Y mostrándola, compartiéndola, terminaremos amándola más. México se abre al mundo en la tragedia porque México es grande.
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