Crisis de gobernanza #Guerrero

Don Efraín González Morfin: un conquistador de cabezas y corazones

 (Publicado en Revista ITSMO marzo-abril 2012, Ed. Guadalajara, Sección TIEMPO UP)
“Más vale mancharse un poco al andar, que morir sentado”
(Anónimo popular)

Martes, son las cuatro y cuarto de la tarde, toco a la puerta de su oficina y con esa voz grave y sólida aún, se escucha “adelante”. Y ahí está él, como siempre, con una mirada serena pero penetrante. Tiene ya 82 años, y aunque las piernas ya le traicionan a veces, su voz, su semblante y su conversación denotan esa lucidez mental no sólo de la persona sana e inteligente, sino del que desgrana cada palabra a tesón de pensamiento decidido y ponderado. Y pregunto: — “¿Listo Maestro?”— y contesta: —“Listo”—. Y, disfrutando siempre de la compañía de Elvira, su alegre  y fiel profesora adjunta, emprendemos esa marcha tranquila hacia el aula más próxima a las oficinas de la Licenciatura en Derecho, donde nos espera un grupo de 34 alumnos de 8° semestre que demuestran algo más que simple  respeto. Si bien no fueron testigos de los años de que Don Efraín fue  diputado federal, presidente nacional del PAN, candidato a la Presidencia de la República contendiendo contra Luis Echevarría Álvarez, o cuando siendo Secretario de Educación del Estado de Jalisco, madrugaba para poder seguir impartiendo sus clases de Filosofía del Derecho y de Derecho Canónico en la Universidad Panamericana (fue entonces, cuando fui su alumno, cuando lo conocí y traté más de cerca),  estos alumnos son lo suficientemente espabilados para darse cuenta que quien les da clase con una voz que resiente el paso de los años y por ello su volumen es bajo (lo cual no importa demasiado dado el silencio imperante en el aula), no sólo sabe lo que dice, domina lo que dice, hace interesante lo que dice, explica lo que dice, sino que cree y vive lo que dice. Don Efraín no sólo da clases, da “pedazos del alma”  (como suele decir otro amigo y colega, profesor también de la universidad). Apenas pasar unas cuantas clases, a todos les queda claro que están frente a alguien excepcional, que enseña no sólo lo que sabe sino aquello que vale la pena saber. Y que lo hace con la maestría del artista, aun cuando su edad y los achaques del cuerpo no lo abandonan. No sé yo de qué aprendo más, si de su sabiduría o de su ejemplo, creo que de los dos.

Tengo el honor inmerecido de compartir la clase con él, la primer hora es suya, mientras que en la segunda intento comentar las páginas de algún libro de lectura que a mi juicio complete o enriquezca en algo los contenidos explicados por Don Efra, y confieso que no me gusta darme cuenta de que es inútil, de que simplemente no hay nada más que agregar, que más bien, mis intentos deben de perseguir la finalidad de seguir dentro del surco trazado por él. Y así me doy a la tarea de emprender un taller de lecturas que al menos despierte la curiosidad en los alumnos de seguir profundizando en la enseñanza de González Morfín. Pero vale la pena, vale la pena haber escuchado una vez más al maestro, vale la pena convivir con la persona cuyo sentido del humor y conversación ingeniosa a la vez que profunda hace que la tarde sepa a vino añejo dejando un regusto de serena alegría. A veces me pregunto si es bueno que a su edad y en su condición siga esforzándose tanto en transmitir su magisterio, pero me basta constatar su ilusión y su garra al hablar para disipar las dudas. Don Efra necesita de su oxigenante docencia y nosotros de respirarla. Mientras él quiera y pueda, cual Quijote cabalgando, no faltaremos Sanchos dispuestos a seguirlo en su cruzada. El testimonio de una vejez vivida con tal aplomo y dignidad, con tal alegría y versatilidad de conversación (lo mismo da hablar de una tesis filosófica que de la desacertada campaña del equipo de fútbol  local) es suficiente para que uno aspire como niño pequeño: “cuando sea grande, quiero ser así”.

Para algunos de nosotros Don Efraín fue capaz de encarnar al idealista-realista, de hacer de su cristianismo militante una forma de vida con sentido y finalidad palpables. Su trayectoria intelectual y profesional conjugó de manera simple y concisa los verbos “amar”, “saber” y “obrar”, conformando un tejido humano personal en él y un tejido social a su alrededor, haciéndolo vehículo para  extender el fragante  aroma de la congruencia de manera amable y eficaz.  Su ejercicio docente, todavía lleno de energía —pero ahora con reposada serenidad, consecuencia de la natural limitación física y que no apaga las centellas de un entendimiento impregnado de la vehemencia de la pasión por lo que se hace— sigue siendo una siembra a manos llenas. Gracias Don Efra por no ceder a la carantoña y a la zalamería, gracias por decir sin reparos aquello que su conciencia ve con claridad meridiana. Gracias por su sinceridad y apertura que logra disipar en los que convivimos con usted las sombras de la duda. Sí, es verdad que el país atraviesa por una crisis fuerte y que todo apunta que llevará tiempo superarla. Sí, es verdad que el mundo está lleno de injusticias, corrupción y sinsabores. Sí, es verdad que las leyes del mercado se imponen a las leyes de la naturaleza. Sí, es verdad que la duda y el relativismo campean como los dueños de la realidad. Pero como dijera Tomás Moro, célebre jurista y académico inglés: “Los tiempos  nunca fueron tan malos, como para que un hombre bueno viva en ellos”.  El pesimismo es inútil, si lo vemos desde el punto de vista práctico.  Sólo el optimismo es la más realista de las actitudes en un mundo donde, pase lo que pase, la verdad brilla por su belleza; y personas como Don Efraín González Morfín lo confirman con el testimonio encarnado de su vida.

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