La mala hierba ya creció y el jardinero no se da abasto
Lo ocurrido el pasado 04 de junio del presente en Zapotlán el Grande Jalisco no es más que la consecuencia lógica de dejar que la hierba mala se extendiera por el prado. Del prado pasó al muro y ahora ya se enreda en la parte alta. Los entresijos, las grietas, y el sillar mismo del orden institucional se ve hoy amenazado de una manera más generalizada. En un país donde lo común no debe considerarse normal, aunque así parezca.
No es normal la crisis de autoridad que se vive; no es normal la economía paralela, no es normal el monopolio de la violencia que en ciertas zonas del país se ejerce, no es normal la extorsión y la nulificación institucional que el crimen organizado ha impuesto…. Pero es común.
Se vive de nuevo el mismo esquema del feudalismo medieval pero con las armas, la tecnología y el paradigma liberal y de derechos humanos del siglo XXI; pero feudalismo al fin y al cabo. Cacicazgo precolombino, y por tanto, deja en calidad de quimera romántica a la República, al Estado de Derecho. Sí, esto es lo común, pero no es lo normal.
Sin embargo no pasa siempre ni en todos lados. Hay todavía islas de institucionalidad ---más o menos grandes--- en este mar de beligerancia. Y uno de estos bastiones de institucionalidad son las Fuerzas Armadas. Y tan lo son, que son los que están ahora pagando los platos rotos, haciendo lo que no les toca. ¿Intervención de la Federación o esclerosis de los Estados? Son las fuerzas Armadas hoy por hoy el garante y la encarnación del orden, la disciplina y la vida institucional. Aunque no sean infalibles, aunque sus errores cuesten caro. Sí, cuando hay que reclamarles sus errores, todos los idealistas y románticos levanta la voz, pero bastase que vivieran la realidad del frente de batalla para que se volvieran unos pragmáticos.
En Zapotlán, la Marina, teniendo en cuenta las circunstancias, contaba con la legítima facultad para hacer uso de la fuerza, y aún así, optó por la primera. Los elementos de la Marina, se contuvieron ---sí, hicieron disparos al aire, los cuales desde el primer momento se supo fueron una acción disuasiva y nunca tuvieron como objetivo a nadie. Se atuvieron a sus órdenes y aplicaron los protocolos del caso. Como muchas otras voces han señalado ya, los provocadores sabían que no iban a responder.
Así, como señala su comunicado oficial: “el personal de la Institución, en apego a la doctrina y valores navales, no repelió las agresiones físicas y verbales sufridas por los manifestantes, inclusive cuando fueron agredidos de manera directa, mientras trasladaban a un elemento naval que por la naturaleza de sus heridas, requería primeros auxilios de manera inmediata.” Aplaudo y saludo el honor y virtud con los que se condujeron los marinos, pero no deja de ser preocupante el nivel de desprecio por las instituciones por parte de algunos grupos --aunque son los menos--- de la sociedad civil. El país vive un momento delicado, y además, durante la última década, esa necesaria y muy sana cultura de derechos humanos que se ha ido implantando, ha traído un dejo de deformación cuando se cae en la vulneración del orden público y por tanto de los demás conciudadanos. Sí, creer que porque alguien tiene derechos humanos como individuo, ese sujeto está por encima de los demás, de la comunidad y del orden institucional, es no entender las responsabilidades ineludibles que también implica un Estado de derechos, de derechos humanos.
Como ya he señalado en otras ocasiones, cuando no existe en un momento y en un determinado lugar el Orden Público deja de haber la posibilidad para el respeto y promoción de los derecho humanos. Y ese orden incluye el respeto a las instituciones. Es decir, el respeto a los funcionarios competentes para hacer cumplir la ley. No nos equivoquemos, los que pasó en Zapotlán es una vergüenza para los pregoneros de la libertad de expresión ---sagrada y bendita---, y que algunos en sus excesos profanaron. Sin embargo, lo que pasó en Zapotlán fue honor y victoria para los Marinos que demostraron con hechos que las Fuerzas Armadas y el pueblo son uno y lo mismo.
Las medidas correctivas que tienen que emprender nuestras Fuerzas Armadas son consecuencia de una etiología conocida y compleja: la de la policía marchita y reseca, cuyo hortelano irresponsable dejó llegar a tan triste situación. Se requerirá tiempo, mucho tiempo, compromiso y estrategia para que cada uno desempeñe bien su papel. Pero no es imposible. Sin duda alguna, no hay estrategia que sea buena si no responde a un enfoque dirigido a fortalecer a los cuerpos de policía locales: es decir, municipal y estatal. Para ello habría que lograr el destino eficaz de presupuesto para poder lograr el reclutamiento de personal que pase los controles de confianza. Este es quizá el primer problema. Que es de factor humano.
De igual forma: la planeación estratégica debe contemplar los tres niveles: —De abajo hacia arriba—: operativo, táctico y estratégico. Y en cada nivel hacer la evaluación FODA (Fuerzas, Oportunidades, Debilidades y Amenazas), según las características geográficas, socioeconómicas, socioculturales y etnográficas de cada Entidad Federativa. Clasificarlas por orden de urgencia e importancia y escalonar los objetivos. Buscando que dicha planeación pueda tener rasgos trans-trienales y trans-sexenales. Se requiere invertir en trabajo de inteligencia y por lo delicado que resulta, debe hacerse de una manera lenta y discreta, y en tres años, no sería posible asestar golpes significativos. A veces las estrategias de seguridad no deben seguir los “los tiempos y movimientos” de la democracia.
Inteligencia, tecnología y por tanto mucho presupuesto, se requieren para que según la zona, se cuente con la adaptación, agilidad y fuerza necesaria para prevenir y enfrentar los riesgo y amenazas. De la misma forma, la visión correcta —en mi opinión— es pensar a mediano y largo plazo. En todos los casos —en mi opinión— la estrategia debe tener como ejes tres elementos: 1) Policía capaz y eficiente; 2) Sistema de justicia efectivo y 3) Atención y consideración de la víctima.
Es momento de empezar a cortar la hierba mala desde la raíz, pero también de remover y fertilizar la tierra, pues la hierba mala ya creció y el jardinero no se da abasto.
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